Recuerdo el día que te conocí.
Si continuara la canción diría que llevabas el pelo alborotado, pero no habría nada más lejos de la realidad.
El día que te conocí, llevabas todo el pelo perfectamente alineado y liso. Con un corte de arquitecto profesional, no había ni un pelo que se moviera de esa cabeza soñadora. Nada que ver conmigo, pocas veces iba peinada y mis tirabuzones se adueñaban de mis puntas y flequillo. Tu piel tan blanca también me impactó. Quizás fue por el contraste que hacía con tu melena de color carbón o con tus ojos verde eléctrico. O porque había discordancia con la mía, tan olivácea. Algún pintor parecía haberse distraído contigo pues tenías toda la nariz y mejillas llenas de puntitos como un panecillo integral. Era como tener delante a una mezcla entre muñequita de porcelana y Blancanieves. Una nena de revista de tez pálida y mejillas sonrosadas. Una monada. Yo me parecía más a la versión de oriente de Disney.
En definitiva, dos espárragos larguiruchos con ganas de comerse el mundo y que soñaban con un príncipe azul.
Desde pequeñita te ha gustado ser la número uno, bien porque te tocaba por orden alfabético o por tu vena competitiva. No había nada ni nadie que pudiera contigo, y eso lo sabías tú bien. Sólo tenías que proponértelo y lo conseguías. Solías decir que te daba miedo el fracaso, que temías fallar y que por eso eras tan luchadora. Que estabas acostumbrada a conseguir todo lo que te proponías porque no te gustaban las negativas. Que quejarse es de personas tristes.
Por desgracia, todos fallamos y a ti también te tocó. Se te olvidó que no dejabas que nada ni nadie pudiera contigo. Se te olvidó que tú eras mejor que todo, y que sólo sumabas.
Por suerte, has cambiado de ojos y ahora ves las cosas de otra manera. Vuelves a tus inicios, a tus luchas por lograr lo imposible, a no dejarte pisar por nadie, a defender lo indefendible, a sacar tus garras de león. O leona.
Hay veces que pienso lo curiosa que es la vida. Lo que empezó como una bonita historia de amistad entre dos niñas de aspecto contrario pero con las mismas ilusiones que luchaban entre ellas por ver quién sería la primera que alcanzara la luna, los años acabaron separándolas. Pero nos olvidamos que la Tierra es redonda, y que aunque hubiéramos tomado caminos diferentes, la vida nos volvió a juntar. Esa cinta rosa fue nuestro nexo de unión, nuestro billete a la segunda parte de nuestra historia.
Y aquí estamos hoy. Tú en una punta y yo en otra, recordándonos que a veces, los amores a distancia sí que son posibles. Que cuando la vida te da una segunda oportunidad, no te lo piensas. Te aferras a ello lo máximo posible y sólo te paras a dar las gracias por recordarte por qué habías decidido querer a esa persona.
Y es que te quiero, ¿lo sabes, no? Y no necesitas taparte los oídos para oírlo.
Te quiero, te quiero, te quiero.
Te quiero…
Cuando intentas sacarle el lado cómico a las situaciones. Cuando te ríes con esa risita tan graciosa y contagiosa.
Cuando espero ansiosa el día siguiente de tus citas para comentar la jugada.
Cuando te llevas sorpresas inesperadas.
Cuando me miras cara de espanto cuando me pruebo ropa que no te gusta y dices “¡Por favor, no!”.
Cuando me llamas la atención cuando me encamino hacia una mala decisión.
Cuando me recuerdas que ya es hora de cortar lo que no debe continuar.
Cuando me permites llorar, rellorar y quejarme como un gato lastimado.
Cuando me abrazas y me acompañas en mi dolor. Y cuando es la hora de levantarme, tu hombro se convierte en una mano fuerte que me ayuda a subir otra vez.
Cuando sabes que en mi casa siempre hay lugar para ti, da igual si es verano o invierno. Cuando me registras los cajones hasta encontrar lo que buscas por no preguntar dónde está. Cuando usas mis pintauñas, mi ropa y mi maquillaje. También podemos incluir nevera y sofá.
Cuando te pones melancólica recordando los jueves que ya no volverán.
Te quiero…
Porque eres igual de desordenada que yo.
Porque no dudas en salir en mi defensa aunque no tenga razón.
Por las meriendas, comidas, cenas y desayunos que hemos compartido. Porque somos lo que comemos, y eso lo explica todo. Maldita dulzura la tuya, maldita dulzura la nuestra.
Porque eres cómplice de mis farsas. Mi excusa cuando no quiero decir dónde o con quién estoy y mi escondite cuando quiero irme.
Por las veces que te cuento las mismas historias y tú escuchas atenta sin interrumpirme porque no quiero dejar de hablar. Y cuando por fin consigues hablar o cambiar de tema, redirijo de nuevo la conversación al mismo tema de antes. Por esas tantas veces que lo has hecho tú.
Porque eres la primera en enterarte de todo.
Porque eres mi cofre de los secretos.
Porque muchas veces me voy para luego perderme; pero tú sabes que siempre vuelvo.
Me pierdo para encontrarme conmigo. Contigo. Con ellas. Con ellos. Con él.
Para embarcarme en mi viaje. Para cometer errores, probar cosas nuevas, repetir algunas. Para volver a quedarme en un punto, nunca en el de partida.
Y tú siempre estás ahí para darme la bienvenida.
Porque contigo la distancia no es un problema. No importa lo lejos que estés, no importa no hablar en días, no importa nada. Sólo tú y yo.
Porque contigo siempre soy más.
Porque contigo hago ESES.
Porque las ruinas son un regalo.
Por ayer, por mañana y por HOY.
Y HOY va por ti.
Hasta luego, cocodrilo.
Genial, como el resto de tus entradas.
Y esa canción suena muy bien (:
¡Un saludo!
Me gustaLe gusta a 2 personas
Gracias bonitaaa! Eres un amor ❤
Me gustaMe gusta
Hay veces que me asombro de lo difícil que es quedar con tus amigos de siempre a medida que vas cumpliendo años…
Entre trabajos, falta de vacaciones o que algunos prefieren hablar por Whatsapp en vez de quedar y tomar una caña,
¡Asusta!
Enhorabuena por saber conservar a los buenos 😉
Un abrazo.
http://twocentsinmypocket.com/
Me gustaLe gusta a 1 persona
Hay que intentarlo… Por las amistades que de verdad merecen la pena.
Los amigos de verdad llegan a tiempo, los otros cuando tienen tiempo…
Un besazo!
Serena
Me gustaMe gusta